En las cercanías de Madrid un
pordiosero pedía limosna dignamente.
Un transeúnte que pasaba le dijo:
¿No te avergüenza rebajarte de ese modo, pudiendo trabajar?
Señor -respondió el mendicante-
pido limosna, no consejo.
A continuación le volvió el
rostro conservando todo su orgullo castellano.
Aquel mendigo era todo un hombre;
su vanidad se veía herida muy fácilmente.
Por amor a sí pedía limosna, y
por otra especie de amor a sí mismo, no soportaba ningún reclamo.
Voltaire, diccionario filosófico.
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